Por Bárbara Bravo*
Es habitual escuchar reproducir entre adultes dedicados o no a la educación, prejuicios que sugieren que a les jóvenes no les interesa nada, que no hay nada, que solo piensan en frivolidades, o cuestiones efímeras.
Como docente, me propongo desarticular esta idea basada en preconceptos y estigmatizaciones, y reforzada, según mi opinión, por la incapacidad, en general, de muchos de nosotres, les docentes de generar mecanismos de interpelación, nuevas preguntas o bien de estar dispuestos a abrir el camino hacia la indagación y explorar nuevos intereses y formas de aprender, en el rol de guías y no de “portadores de un saber sagrado”.
La primera pregunta que surge es ¿Cuál es la causa de tal rigidez en la educación? ¿Por qué les docentes tenemos dificultades o resistencia a generar mecanismos pedagógicos alternos que interpelen e interesen a les estudiantes?
Las respuestas a estas preguntas son claramente variadas y múltiples, aunque creo que sería valioso concentrarnos en los ejes de un sistema educativo prusiano, una escuela homogeneizante, respetuosa de la autoridad y las rutinas. El sistema que pretende normalizar en conductas, aptitudes y conocimientos generales a les estudiantes, el/la docente dicta contenidos desde una mirada verticalista y resultadista, donde no tienen mucho lugar los cuestionamientos ni deconstrucción alguna. Asimismo, el proceso, niega subjetividades, motivaciones e intereses particulares, anulando la posibilidad para el surgimiento de nuevos interrogantes o la estimulación de la curiosidad y la indagación. En este sentido, ni los contenidos ni las prácticas pedagógicas, contemplan el dinamismo y crisis de la modernidad, a la que Bauman llama modernidad líquida. En su lugar, la escuela sigue anclada en los preceptos que le dieron origen en el siglo XVIII.
Según el concepto de modernidad líquida, en los tiempos que vivimos la preocupación reside en que las cosas no sean tan sólidas que pierdan dinamismo o no sean susceptibles de ser cambiadas. La vida material, social, política, cultural, propone nuevos desafíos y soluciones a la realidad existente, desvaneciendo rápidamente lo anterior.
Creo, que en este último punto reside el desafío de la escuela y la educación, en responder al dinamismo de la realidad que plantea casi todos los ámbitos de la existencia, en lugar de buscar seguir reforzando un discurso basado en tradiciones y problemáticas de hace más de tres siglos, que no dan respuesta a las preguntas y crisis que tenemos hoy.
Este abordaje, desde el concepto de modernidad líquida, podría ser una de todas las respuestas sobre la aparente falta de interés de les estudiantes, y la respuesta, desde este punto de vista, pone el acento en los fundamentos político-filosóficos del sistema educativo. Sin embargo, la complejidad de la cuestión demanda otros abordajes, ¿Qué mirada tenemos les docentes y adultes sobre les jóvenes? Según los aportes de Tenti Fanfani y Grimson en Mitomanias de la educación argentina, la mayor parte de les docentes y adultes tienen una mirada negativa y pesimista de la juventud cuando se habla de compromiso, trabajo, esfuerzo y categorías similares. Uno de los problemas, que estos preconceptos negativos sobre les jóvenes plantea, es que si creemos y reproducimos que a les estudiantes efectivamente nada les interesa ni se comprometen con nada, poco será el esfuerzo que hagamos por interpelados con entrar en un efectivo proceso de enseñanza-aprendizaje, dado que presuponemos que la juventud, en este sentido es tierra infertil.
Dado que todes tenemos curiosidad por conocer el mundo que nos rodea, creo que el desafío sería ¿Cómo construir puentes entre los contenidos prescriptivos y los intereses y motivaciones que les estudiantes traen “de fabrica”?
Pero, deberíamos seguir cuestionando ¿De dónde proviene esa idea negativa de la juventud? ¿Cuál es su origen? ¿Cuál es la concepción que nuestra sociedad tiene de la juventud? Nuevamente aquí tenemos múltiples caminos y perspectivas para abordar la cuestión, yo decidiré detenerme en el rol que los medios de comunicación masivos tienen en la reproducción de estereotipos negativos sobre la juventud. Simplificando, podemos destacar dos grupos diferenciados de jovenes en medios masivos y redes. Por un lado, los frívolos “millennials” por otro, la “generación perdida de pibes chorros”
Sobre el primer grupo, escuchamos sistemáticamente que existe una nueva generación de jóvenes llamados millennials que aparentemente comparten una serie de características que les dan la etiqueta y sentido de pertenencia a ese grupo. Rastreando en redes, vídeos, artículos periodísticos, encontramos que algunos de los aspectos fundamentales que aparentemente caracterizan a esa generación es que no se comprometen con casi nada, son individualistas, cortoplacistas, frivoles y consumistas. La pregunta es ¿Quién establece esas categorías para toda una generación ? ¿ Cómo es posible que frente a la diversidad cultural, religiosa, social y económica, podamos reducir a toda una generación a etiquetas y categorías tan generales y simples? y por último ¿Quién o quiénes tienen interés en reproducir estereotipos de jóvenes consumistas y caprichoces? No tengo respuestas para estos interrogantes, pero tres cosas podríamos señalar, la primera, es que son estereotipos para jóvenes de sectores medios y altos, con capacidad de mayor consumo, la segunda, las grandes empresas ganan dinero con estas segmentaciones estereotipadas, y por último, no existe o al menos no encontré, ningún estudio con basamentos científicos sociológicos o psicológicos, que expliquen seriamente esta segmentación generacional. Por el contrario, siguen siendo miradas sobre les jóvenes que les desautorizan, que no les asignan un reconocimiento justo, les mercantilizan y banalizan la concepción de juventud. Son prejuicios construidos.
Otro grupo de jóvenes objeto de estigmas y preconceptos son les jóvenes pertenecientes a sectores populares. Florencia Saintout hace aportes fundamentales en comprender el rol de los medios de comunicación en la estigmatizaciones de les jóvenes pobres.
El planteo de la autora es que los medios de comunicación buscan estigmatizar a ciertos sectores de la juventud. Proponiendo una especie de chantaje en la comunicación, tendiente a dividir las aguas entre el aparente bando del bien ( que sería víctima de la delincuencia de estxs jóvenes) y el considerado bando del mal ( les jóvenes que delinquen). Ambos bandos, en tanto antagónicos, están, según esta estrategia de comunicación en pie de guerra.
Siguiendo el hilo de la autora, se refuerza la estigmatización, calando con ideas que pretenden comunicar que les pibes son “asesines por naturaleza” Pasando, intencionalmente por alto, que en tanto humanes, somos fundamentalmente cultura, antes que naturaleza. Lo que debería llevarnos a la necesaria y anterior pregunta ¿qué pasó con la historia de esas juventudes antes de delinquir?
Los medios masivos cumplen un rol fundamental en la naturalización de les jóvenes delincuentes y en tanto que delincuentes, no sujetxs de derechos.
Argumentos que refuerzan esta idea en los medios y que circulan en parte importante de la sociedad son “ entran por una puerta y salen por otra” y otros por el estilo, pero, nuevamente, nadie cuestiona la razón por la que les jóvenes llegaron a ese lugar, qué derechos les fueron vulnerados y vidas arrasadas por la violencia, la carencia y la exclusión.
El cuestionamiento de esto último, podría poner en jaque el andamiaje de ideas comunes y preconceptos que sostienen que “ estxs pibes nacieron chorrxs”.
Necesitamos replantear la comunicación que pone, parafraseando a Spinelli, énfasis en los efectos, es decir donde“…comunicar se relaciona con imponer conductas y lograr acatamiento y en tal contexto la retroalimentación es sólo la comprobación del efecto previsto…” La comunicación aparece como una herramienta para modelar la conducta de les sujetes receptores de un determinado mensaje.
Ahora, con todos estos estereotipos negativos creados y reproducidos sobre la juventud ¿Qué nos proponemos les docentes y educadores para romper prejuicios y tender puentes de diálogo? Frente a las estructuras institucionales relativamente rígidas ¿Cómo acercamos los contenidos para que sean atractivos, desafiantes? ¿Cómo interpelamos a les estudiantes? Más aún, ¿Cómo nos cuestionamos y deconstruimos los prejuicios que colectivamente construimos y reproducimos sobre la juventud?
Roberto Aparici, en su texto “Educación para los medios” nos hace un primer aporte relevante en este sentido.
Los medios no reflejan la realidad, sino que reproducen una realidad construida, basada en intereses particulares y miradas ideológicas. Y si bien la interpretación que hagamos de la información transmitida depende de múltiples factores, ya sean estos culturales, socio económicos, etarios, ambientales, etc, es igual de cierto que estos medios tienen la capacidad de marcar agenda, intereses, tendencias.
La educación en medios, como actores de poder con intereses, es vital en la deconstrucción de estos mecanismos de reproducción de información, que ayude en la identificación de discursos e intencionalidades en los mensajes.
Parafraseando a Aparici educar para la comunicación es una parte significativa de un proceso educativo más complejo: el de formar ciudadanos esclarecidos que buscan relacionarse e interactuar de forma más consciente con expresiones co- participadas. Educar para la comunicación debe entenderse como un proceso de formación para vivir y defender la vida democrática de la comunidad.
Como mencione previamente, Aparici nos da una parte de las respuestas que necesitamos para replantear el andamiaje de preconceptos que buscan arrasar con la fertilidad que la juventud conlleva. La fertilidad de ideas, el entusiasmo por repensar, cuestionar, indagar, la rebeldía frente a lo dado, y en lugar de ello, el mundo de les adultes les estereotipa y clasifica en jóvenes consentides o jóvenes delincuentes, según sea el estrato social al que pertenezcan.
Ahora, quizá tengamos alguna herramienta más para comprender, en parte, el origen de nuestros prejuicios y las resistencias a desandarlos.
Creo entonces que esos son los dos aspectos fundamentales por los que no alentamos a les jóvenes a participar activamente de sus procesos de enseñanza-aprendizaje, el primero, la relativa rigidez institucional y sus planes, el segundo, los prejuicios que construimos sobre la juventud en nuestra sociedad. Con todo ello, me puse a pensar cómo podría tender puentes y reducir grietas entre nosotres.
*Docente de Colegio Tierra del Sur. Licenciada en Relaciones Internacionales – Universidad del Salvador